La Isla de las tormentas by Ken Follett

La Isla de las tormentas by Ken Follett

autor:Ken Follett [Follett, Ken]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Spanish
publicado: 2008-10-11T00:47:44+00:00


Era una pequeña lancha para pescar, de unos diez o quince metros de eslora y amplia de manga, con motor interior. La antena indicaba que tenía una poderosa radio. La mayor parte de la cubierta estaba ocupada por escotillas para el pequeño dispositivo de lavado. La cabina estaba en la popa y sólo cabían en ella dos hombres de pie, además del instrumental y los controles. El casco estaba recién calafateado; la pintura se veía impecable.

Había otras dos lanchas que también le convenían, pero Faber se había quedado en el muelle y había observado cómo la tripulación de ésta la preparaba y cargaba combustible antes de dejarla para irse a casa.

Les dio unos minutos para que se alejaran, luego dio un rodeo y saltó dentro de la lancha, que se llamaba Marie II.

Descubrió que el timón estaba trabado con una cadena. Se sentó en el suelo de la pequeña cabina, oculto a la vista, y pasó diez minutos intentando abrir el candado. Oscurecía rápidamente a causa de la capa de nubes que aún cubría el cielo.

Cuando hubo liberado el timón levantó la pequeña ancla, luego volvió a saltar al muelle y desató los amarres. Volvió a la cabina, puso en marcha el motor diesel y presionó el acelerador. El motor tosió y se apagó. Volvió a intentarlo. Esta vez funcionó. Comenzó a maniobrar para sacar la lancha del embarcadero.

Esquivó la otra embarcación del muelle y encontró el canal principal para salir del puerto. Debía seguir las boyas. Observó que sólo los barcos de mayor calado necesitaban realmente mantenerse dentro del canal, pero no le pareció que la precaución estuviera de más.

Una vez que hubo abandonado el puerto, sintió la brisa, y esperó que su creciente fuerza no significara que el tiempo iba a empeorar. El mar estaba sorprendentemente picado y el valiente barco se levantaba en el oleaje. Faber empujó a fondo la manija del acelerador, consultó la brújula del tablero de instrumentos y se lanzó a toda marcha. En la gaveta situada debajo de la rueda del timón encontró algunos mapas. Parecían viejos y poco usados; no cabía duda que el capitán del barco conocía muy bien las aguas locales y no necesitaba mapas. Faber confrontó la carta de referencias que había memorizado aquella noche en Stockwell, señaló el rumbo con más precisión y trabó el timón para mantener el rumbo.

Las ventanas de la cabina estaban oscurecidas por el agua. Faber no podía saber si se trataba de lluvia o de salpicaduras. El viento ahora cortaba las crestas de las olas. Sacó la cabeza por la puerta de la cabina y se le mojó completamente la cara.

Puso en funcionamiento la radio. Se oyó un zumbido y luego crujidos de estática. Movió el control de frecuencia sorteando a los radioaficionados y pescó unos pocos mensajes desmadejados. El aparato funcionaba perfectamente. Trató de comunicarse con el submarino captando su frecuencia y luego cortando, pero era demasiado pronto para establecer la comunicación.

A medida que se adentraba en aguas más profundas el oleaje era más fuerte.



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